miércoles, 15 de junio de 2011

Ella

Sabía que si se acostaba aunque fueran 2 minutos, si ponía su cabeza en la almohada se quedaría dormida y otra vez se perdería de ver quién era esa persona que todas las noches dejaba un clavel en su entrada. La curiosidad, sumada al miedo de que el desconocido ya no pasara jamás era más fuerte que el cansancio acumulado de la semana.
Tomó una silla y la puso enfrente de la ventana por la que se podía mirar quien se acercaba a la casa. Adoptó una posición cómoda y no quitó la vista de la calle. Afuera todo estaba desolado como siempre a las 12:15 de la noche. Empezaba a desesperarse, volteaba de un lado a otro y nada. Se recargó con la frente en el cristal de la ventana. Empezaba a dormirse, cuando pasó un coche con las luces prendidas, pegó un brinco sobre su silla y miró fijamente cruzar al auto, pero no se detuvo. Se talló los ojos y se puso en una posición incómoda para no quedarse dormida. Al final, volvió a recargar la frente en la ventana y se durmió.
Abrió los ojos, el sol ya iluminaba la calle y la gente salía de sus casas. Vio su despertador, iba 40 minutos tarde. Se vistió con lo primero que encontró, se hizo una cola de caballo, se lavó los dientes y salió.
En la entrada, estaba como todos los días desde hace 2 semanas, un clavel. Se detuvo, lo tomó, abajo había una nota. “Todavía no estamos listos, tranquila”, es lo único que decía. Abrió la puerta de su casa y la metió al florero era la flor número 15. Los claveles más viejos ya se empezaban a marchitar. Volvió a salir de su casa y corrió al trabajo.
Lo intentó todo. Tenía que saber quién era el desconocido que lejos de acosarla, desde hace casi un mes, le alegraba las mañanas. Toneladas de café, cambió su ciclo de sueño, sillones cómodos, sillas incómodas, poner el despertador cada 10 minutos, se aseguraba de no quedarse dormida, incluso faltó varios días al trabajo. Nada.
En cambio, todas las mañanas sin importar lo que hubiera hecho la noche anterior, en su puerta aparecía un clavel. A veces, con un recado que siempre aludía a la paciencia.
27 claveles sumaban ya, entre los secos que había guardado y las que tenía en el florero, al que cada día le agregaba uno.
No estaba segura si algún día iba a saber quién era. Lo único seguro es que había alguien allá afuera que de veras la quería.

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